Wednesday 17 November 2010

El Rugido del Mar Cap.1: De vuelta a casa.

Finalmente, decidí escabullirme de aquella sórdida fiesta -convencido de que aquel lugar no era seguro- y pese a lo aparatosa que resultaría mi empresa, logre mi cometido no sin antes haberme enredado en varias ocasiones entre los largos manteles que cubrían los inestables mesones dispuestos en fila a un costado de la gran carpa, mientras, a paso punta y codo, me abría paso buscando la salida. Para mi fortuna, al reincorporarme noté que solo me observaban con forzada indiferencia un par de individuos quienes no mostraron intención aparente de acusar mi huida, ni de salir al paso para increparme, pues a juzgar por su abatido semblante ninguno parecía capaz de levantarse de su asiento. Mas bien parecían ellos haber sido dispuestos estratégicamente junto a las mesas atiborradas de vajilla sucia y desperdicios con la intención de vetar los ánimos de todo aquel invitado que planease ingerir alcohol por mas de la cuenta y arruinar la velada. Al parecer, mi huida de la gran celebración de año nuevo del pueblo gitano de Arcòn -cuya aspereza y fuerte tinte sectario me hacia sentir totalmente alienado a su singular comunión- paso desapercibida por la algarabía aparentemente inocente de los invitados.

No obstante haberme alejado varias cuadras de la carpa, aun podía oír las risas desinhibidas, el alboroto y los horribles cánticos que escapaban de allí, lo que me hacia sentir una falsa seguridad. Aparentemente nadie había salido aún a darme caza; No habian columnas de antorchas a mis espaldas ni ladridos de perros guiándolas hacia mi rastro; Tampoco se habían encendido sirenas acusando mi escape. Sin embargo, no tardaría mucho en darme cuenta, para mi desgracia, que en Arcón, las cosas de este tipo se hacían de otro modo mucho mas discreto y efectivo.

A medida que avanzaba por las calles desoladas que bordean el poblado, la música y el bullicio parecían irse extinguiendo lentamente, lo que auguraba el fin de la velada. Entonces, sin mayor provocación el temor y la inseguridad me abordaron, y desde ese momento continué mi marcha sumido en mis paranoicas hipótesis por el sendero dibujado por las exánimes luces de los faroles, el cual se extendía por sobre los pies del profuso acantilado que se perfilaba luego a lo largo del solitario camino que habitualmente tomaba para ir a casa, después de pasar el día entero sepultado vivo entre libros, periódicos y publicaciones científicas en un rincón de la biblioteca de la despoblada escuela de Arcón.

los ecos que provenían de la carpa se diluían ahora entre los engañosos ruidos provocados por las olas que fieramente azotaban las agudas vértices del acantilado que destajaban sin piedad el viento a mi paso. El enjuto camino a ratos desaparecía a la par con la luna que predeciblemente se escondía tras los amenazantes nubarrones enlutándose de cuando en cuando mi solitaria travesía. A medida que franqueaba la pronunciada cuesta espirada, se extinguían lentamente a mis espaldas las luces provenientes de la gran carpa blanca dispuesta justo en medio de la plazuela del pueblo. Luego de detenerme un momento a observar el lúgubre espectáculo que se montaba a mis espaldas -calles fantasmas y casas aparentemente abandonadas- encendí mi linterna de mano y comencé a hacer señas a modo de ritual de despedida, pues, luego de aquella mal intencionada invitación a participar de aquel insano festín, nada en ese pueblo podría persuadirme de permanecer allí por mas tiempo y al cabo de un par de días de preparación los habitantes de Arcòn me verían partir del mismo modo en que me vieron llegar; escondidos tras las cortinas y presurosos de cerrar todas las puertas de golpe a mi paso.

Permanecí allí por un momento, agitando incansablemente la linterna de un lado a otro. al reincorporarme y disponerme a retomar mi marcha, involuntariamente dirigí el haz de luz hacia unos matorrales que bordeaban el camino y no pude evitar estremecerme debido al terror que en ese momento se apodero e mi conciencia y paralizo mis sentidos por completo, pues oculta en el follaje pude diferenciar claramente una silueta, que al momento de ser descubierta, raudamente desapareció. Tal espeluznante avistamiento bastó para despertar en mi un profundo temor y alimentar mis más paranoicas ideas. Bien podía aseverar ahora que alguien, o algo, seguía mis pasos de cerca desde mi llegada a este pueblo; y peor aún, esta noche era la primera vez que conseguía percibir algo mas que no fuese un angustiante delirio de persecución. Decidí entonces apagar la linterna y ocultarme un momento tras una saliente de roca con el fin de disuadir a mi captor. Mis manos temblaban y mi respiración se había acelerado demasiado como para intentar permanecer en silencio. Por alguna estúpida razón, y desafiando todo lo que el sentido común dicta hacer en tales situaciones, decidí echar un vistazo. Entonces, lo vi; y desafortunadamente el -o eso- también a mi. Me dispuse a huir, pues su apariencia me hacia adivinar que aquel hombre o animal erguido no era fácilmente abatible. 

No había dado apenas dos pasos cuando oí su voz mis espaldas diciendo:

- ¡Detengase, Señor Williams!

Me detuve inmediatamente, tal y cual su orden me hubiese paralizado por completo, pues la repugnante suciedad de su voz me hacia imaginar un animal parlante.

Mientras sus pies aplastaban paso a paso las húmedas piedrecillas que cubrían el camino en dirección hacia mi, costosamente logre sacar la linterna de mi bolsillo e instintivamente me voltee y dirigí el haz justo hacia la cara de mi perseguidor. Su rostro se resquebrajo profiriendo un leve alarido;

- ¡Haga el favor de apagar eso, Señor! ¡No soporto la luz directa! -requirió el anciano, mientras cubría su rostro ajado con sus manos enguantadas.

- ¿Quien diablos es usted? y hace cuanto es que me sigue, sentencié, apuntando el haz a su rostro cada vez que el anciano se volteaba, aparentemente para hablarme.

- Soy su anfitrión, Señor Williams; Leopoldo -carraspeó oculto tras su guante de piel-.

Leopoldo, El gentil caballero de sombrero y capa cuya devoción por lo oculto me persuadiera a venir a esta aldea, lucía ahora irreconociblemente demacrado. Su semblante era el de un anciano y su voz viscosa me hacia imaginar una serpiente gigante. quien me persuadió para que viniese hasta esta aldea. Acudió a mi una mañana en la cual yo me encontraba realizando una Conferencia en el centro de Estudios Antropológicos de Vermonte acerca de las civilizaciones perdidas que habían dejado testimonio de su asentamiento en las costas de este país. Era un hombre anciano, aunque vigoroso, y al hablar demostraba tener un profundo conocimiento de este y otros temas afines. Sin antes presentarse me adelanto que su cometido era pagarme muy bien si accedía a volver con el a Arcón, para iniciar una investigación bibliográfica acerca de unos extraños manuscritos que según su propio testimonio aparecieron un día en unos extraños recipientes a la orilla del mar


- No debería recorrer este camino solo, Señor. Usted sabe que su impopularidad aumenta día a día entre los pueblerinos y me temo que su estadía aquí se está volviendo muy riesgosa para usted, y también para mí, conminó, esta vez mirándome a los ojos.
- Le recuerdo, Mi Señor, que es su deber asegurar mi integridad aquí en Arcón. Ese fue el trato. De otra forma no hubiese accedido. Y usted bien sabe que necesito mezclarme entre la gente con el fin de obtener mas información acerca del objeto. Ahora bien, responda; Después de esta inesperada aparición suya -la cual por poco me mata de un susto- ¿Debo esperar a que desaparezca del mismo modo otra vez, tal cual lo hizo a mi llegada?, le increpé.
Su Aguda Ironía me incomoda, Señor. Pero créame, que no tuve otra opción; Ya hablaremos de eso. Mas si usted opta por venir a “mezclarse” -como usted le llama- dudo mucho que pueda "asegurar su integridad" por mucho tiempo. Bien sabe que la mejor protección que un investigador cuerdo y en sus cabales se puede garantizar a si mismo es precisamente el pasar desapercibido. Si tan solo ellos, los alguaciles, llegasen a enterarse que usted no es quién dice ser, pasara unos cuantos días encerrado. Eso sin duda le retrasara en su cometido y su tiempo aquí se agota como las baterías de su lampara. Ademas, créame que las historias que logran salir de los calabozos de Arcón no cuentan nada agradable; Hay algo allá adentro ademas de la fría piedra y la comida rancia. Algo para nada bueno, según lo poco que se sabe.
- Si le dijera que esta información hace aún mas interesante el caso y casi imprescindible el que me arresten por una o dos noches, usted quizás piense que definitivamente estoy fuera de mí. Sin embargo, le recuerdo que fue usted quien permaneció escondido tras los arbustos quien sabe por cuanto tiempo hasta verme pasar, y eso, lo sitúa a usted fuera de sus cabales, sentencié airoso.
De haber sido yo mas suspicaz, podría haber leído en su rostro el temor que le ocasionó aquella interpelación mía -mientras descendíamos casi a ciegas aunque muy de prisa por el sendero de piedrecillas.
Le sugiero, Señor Williams que entonces apure su paso, pues...
- Pues ¿Què?, pregunte sin éxito.
- Contésteme. Pues ¿Què?.
Al voltearme hacia donde Leo debería de ir en marcha, junto a mi, pese a que la oscuridad era casi absoluta noté que le había sacado varios pasos de ventaja.
- Leo, sigamos en marcha. ¿Que hace?, pregunté ansioso.
- Señor Williams. Yo nunca me oculte en el follaje. Eso que usted vio ahí en la oscuridad no pude haber sido yo.
Su confesión me dejo pasmado, tieso, en medio del camino.
- ¿Pudo haber sido un animal, Señor Williams? - ¿Un Perro, o un conejo, quizás?
- No. en absoluto. Su semblante era humano. Humanoide, al menos.
- Creo que debemos apresurarnos. No es seguro. Esto no esta bien. Alguien lo sigue, Señor Williams, y a juzgar por los hechos, no debe tener muy buenas intenciones para con usted.
- Durante el resto de nuestra oscura travesía hacia las cabañas costeras en donde yo me alojaba a solo pasos de Leopoldo, no pude dejar de pensar en aquel ser escondido en el follaje. Las conjeturas de Leo sonaban muy certeras y duras, y su inflamada laringe las hacia sonar sencillamente terroríficas. Aun así, parecía saber bien lo que hacia, como si estuviese acostumbrado a huir de sus captores en medio de la noche.
Habiendo llegado a nuestra cabaña, Leopoldo me ordeno en un tono inusualmente descortés que tomara la precaución de poner cerrojo y que asegurara las ventanas. Dicho esto corrió hasta su puerta y logre oír como esta se azotaba a sus espaldas. Luego pude oír como cerraba las ventanas. Segundos después, todo había quedado en silencio.
Mi naturaleza suspicaz me impidió conservar la calma por mucho tiempo, y fuera de mi propia sensatez me dirigí hacia las ventanas cerradas y me dispuse a echar un vistazo por entre medio de las grietas, acción que me reprocho incansablemente hasta hoy, pues, pese a que no puedo aseverar que fue exactamente lo que logre ver entre la espesa niebla que se había posado sobre la costa, me aterrorizo al punto de dejarme peligrosamente sin poder recobrar el aliento. Esta vez, podía asegurar que alguien, -No Leopoldo- Había salido a darme caza, tal como yo lo pensaba.
Luego de una larga y angustiante vigilia observe finalmente a mis captores alejarse, sin éxito. Segundos después, Leo me hacia primitivas señas con su lampara desde su cabaña indicando que ya la amenaza había cesado. Su criada sonreía desde la habitación contigua aparentemente sin saber lo que acababa de acaecer solo a metros de su lecho.
Ahora, a salvo, ¡Cuanto lamento haber desestimado las instrucciones de Leo! ¡Cuanto repudio y maldigo el momento en que decidí haberme mudado a tan incógnito pueblo sin haber indagado más acerca de sus habitantes! A un lugar cuyos secretos me obligan a encerrarme bajo dos llaves durante una noche de inusual niebla. !Niebla!, si, espesa como el humo; infranqueable y oclusiva cual manta oscura tendida intencionalmente sobre la noche de Arcón para ocultar dios sabrá que misterios y terrores.