Sunday 20 October 2013

La Infusion

Bernardo nunca fue un hombre al cual se le viera recorrer los escabrosos caminos que las ciencias ocultas trazan para quien desea aventurarse a probarlas. Mas bien, su exigua religiosidad -que lo ligaba al común de los habitantes de la ciudad de Ventura- me hacia pensar en el como el peor compañero de tertulias, debido a que su reticencia a creer en estos asuntos no generaba ningún interés en mi por entablar alguna discusión acerca de temas que abordaran lo paranormal o lo sobrenatural.

Pero toda percepción mía sobre su naturaleza habría de cambiar una madrugada, luego de atender a duras penas el teléfono:

  - ¡Oscar! ¿Oscar? ¿Eres ?, ¿Estas ahí? ¿Qué es ese ruido? ¿Hay alguien contigo? ¡Oscar! ¡Los puedo oír! ¡Los puedo ver ! ¡A través de la linea!

Bernardo sonaba escalofriantemente convincente, al punto tal de que se apodero de mí una inusual paranoia.

¡Sal de ahí! ¡Cubrete! !Vade Retro! ¡Vade Retro Satana!.

- Luego, todo quedo en silencio al otro lado de la linea. Al parecer Bernardo había perdido el conocimiento.   Al oír su rupestre y burdo latín, me di cuenta que el, sin duda, era consumido por una nueva crisis de pánico.

Su notoria inestabilidad emocional lo obligaba a vivir solo, en un pequeño cuarto ubicado dentro de la Biblioteca de la pequeña escuela de la ciudad de Ventura, en donde trabajaba de ayudante. Un trabajo como aquel habría significado la perdición irrevocable para un hombre como yo, lector empedernido y enviciado, pero para Bernard -quien aparentemente no usaba los libros para otra cosa que no fuese el servirse de ellos como pedestal- era un trabajo honrado y de justa dificultad.

Sin siquiera titubear, me puse en camino a la biblioteca. Era la primera vez que salia de noche en aquel pueblo y no tarde en darme cuenta que todo el tedio de las calles durante el día adquiría un tinte misterioso al anochecer. Los insectos parecían a ratos chicharrear con una inusitada intensidad y las sombras de los arboles jugaban puerilmente con mi imaginación, causándome una incomoda sensación de vértigo.

Estando solo a pocos pasos del lugar donde ocurriría todo lo que estoy a punto de contar, vislumbre la silueta regordeta de Bernard, quien a simple vista parecía estar esforzandose por permanecer de pie junto a las puertas de la biblioteca, inusualmente abiertas de par en par. La palidez de su rostro sumada a la expresión casi inerte de sus ojos le daban un aspecto abominable, tal como si hubiese sido vaciada, drenada o bien absorbida su energía vital.

- ¿Te encuentras bien? -¡Por todos los cielos! ¿Que fue todo eso? - ¿Bebiste? ¿Que hiciste?
- ¡No lo se!. ¡Esta aún todo tan claro aquí dentro!, ¡Aquí!, ¡en mi mente!; Pero me es imposible explicar nada. ¡No encuentro palabras!, ¡No se lo que en realidad paso!, ¡Pero lo vi todo!. Esta todo aquí, en mi retina. ¡Se incrusta en mis recuerdos!, ¡Vuela junto a mis pensamientos y se apodera de mis deseos!...

- ¡De que hablas! -¡De quién..!
- De Él, cuyo nombre ¡Tan extenso!, me es imposible pronunciar pero el cual recuerdo ¡Con toda claridad!

No me quedo otra opción que intentar calmarlo, pues deambulaba frenéticamente de un lado incrustando sus dedos en su sien, y me obligaba a seguir sus pasos erráticos, pues a ratos parecía que iba a sufrir un ataque al corazón en medio de su aparente crisis.

- Ven, ven, ven, por aquí. Vamos adentro...Prepararé algo de Té.
- No, no mas té...No mas infusiones ni nada. No quiero beber nunca más..
- Ok, entonces buscaré algo mas fuerte. Pero debes calmarte. 

Al inspeccionar la sala en busca de un botiquín de donde pudiera obtener un tónico o un calmante, note inmediatamente la taza sobre la alfombra y parte de su contenido derramado a su alrededor.

- ¿Que es esto? - ¡Estuviste bebiendo! - Cielos, Ben; ¡Sabes bien que no puedes beb...

Tuve que dejar de hablar, pues el asco que me provoco el hedor putrefacto que provenía del interior de la taza revolvió mis entrañas y por poco me obliga a vomitar en medio de la sala.

- ¿Que demonios bebiste? ¡Huele a carne podrida!

De pronto Bernardo, quien había estado balbuceando palabras incomprensibles mientras yo buscaba la mejor posición para comenzar a darle un flemático sermón, se volvió hacia mí, e invadido por una extraña solemnidad repentina me dijo:

- ¡Son yerbas!, y otras cosas mas, necesarias para preparar la infusión. Esta todo ahí...en aquel libro.

Cuando dirigí la mirada hacia el lugar en el suelo donde apuntaba temblorósamente, creí reconocer aquel libro por su portada, en la cual aparecía de forma muy sugestiva un gran caldero y unos símbolos relacionados con la Alquimia. A modo de arrepentimiento, me queda la certeza de que si hubiese sabido mas acerca de esos temas ocultos, habría sabido del macabro origen del tomo y jamas me habría siquiera aventurado a conocer los conjuros contenidos en él.

La curiosidad me atrapo en vuelo rasante y me dispuse a echarle una ojeada. Momentos mas tarde, mientras devoraba, cual monstruo a su presa, las paginas del macabro libro las cuales contenían hechizos y supercherías de todo tipo, note que algunas recetas estaban inconclusas, pues parte de las paginas había sido arrancada, quizás con el afán de impedir que los incautos conociesen la receta completa. Aun así, habían algunas indentaciones al pie de pagina escritas a mano que a simple vista describían instrucciones para completar los hechizos. Lamentablemente para mí, aquellas notas estaban escritas en idioma Ruso, tuve la certeza de aquello, y por lo tanto veía muy lejano conseguir entender lo que ahí decía.

- ¡Bernard! ¿Tú sabes leer ruso?, interpelé. ¿Pudiste descifrar lo que ahí dice? ¿Es aquella la formula de la infusión que había en la taza? ¿La que bebiste?

Para mi sorpresa, Bernard comenzó a leer las notas en el idioma en que estaban escritas, que ciertamente  correspondían al idioma Ruso, ciertamente no el moderno. A ratos parecía confundirse y volvía a usar su buen castellano. De pronto, se detuvo y aun cuando de lo que dijo a continuación no puedo afirmar su veracidad, todo sonó tan terrible que aunque no lo entendí, pude sentir como cada palabra se incrustaba dolorosamente en mis oídos y nublaba mi vista. Poco poco comencé a perder la vista y la audición. Luego desparecieron el tacto y al rato deje de percibir el putrefacto olor que inundaba la sala.

Al menos,por un rato, eso fue lo que creí que paso, pues la verdad de lo acontecido es otra radicalmente diferente y terrible a la vez. Tuve que concentrarme en demasía, mucho mas de lo normal, para poder conservar los recuerdos mas significativos de lo que ahora, corriendo el riesgo de ser enviado a un manicomio, voy a contarles.

(....continuara...)